Tengo
a mi amiga que me dice que yo exagero mi minusvalía y me aprovecho de
ello, pero que vaya con un andador para superar mi miedo a caerme y a resbalar
con la lluvia, tal vez para acabar de verme vieja e inválida. Ella lo utilizó
una temporada en que las piernas se le paralizaron y le sirvió, pues muy bien,
mona, te alabo el gusto por los andadores, pero yo no quiero un andador,
póntelo tú donde te quede bien, por ejemplo en tus dientes de mula parda que es
donde tú necesitas andador. Yo no me imagino con un andador, que cuando se lo
conté a mi amigo Carlos -el que encuentro en las cafeterías y que me da
consejos de coach- me dijo que para nada me hacía falta un andador, que yo
manejaba muy bien con mi muleta, con mi bastón inglés, para decirlo más fino, desde
que me lo dijo Carlos estoy que trino, pues estaba dispuesta a comprar uno con
tal de que mi amiga callara y me dejara tranquila, claro que ella no
entiende para nada el que sus soluciones no son las mismas para ella que para
mí. Supongo que ella no pensaba quedarse siempre en esa situación. A mí me
dijeron que si a esta edad empiezo con el andador ya me estoy condenando a
depender de él, que eso debo dejarlo para más tarde. Yo no me imagino con un
andador, veo a las turistas extranjeras casi centenarias subir a los autobuses
de Málaga a donde yo iba a ver a mi amante, sí, ellas subían despampanantes,
con sus arrugas y sus carnes colgantes, pero con ese espíritu indomable de
mujeres fuertes que sujetaban el esqueleto con un andador porque su espíritu es
tan fuerte que no hay quien las pare y el espíritu necesita el sol, llevan años
viviendo en las tinieblas, en lo oscuro, en Escandinavia, al lado de vampiros y
de hombres muertos, ellas, con su espíritu joven, ellas, que como dice
Jodorowsky: “Yo antes era un cuerpo que tenía un espíritu y ahora soy un
espíritu que tiene un cuerpo”, refiriéndose a que el cuerpo envejece, pero el
alma no.
Mi
amiga quiere verme vieja -no sé el motivo, ya que si me viera joven
tendría un magnífico espejo en el que mirarse- con un andador y yo voy tiesa
con mis muletas, con mi espalda recta, con mi orgullo de hembra, con mi estima
bien alta, la tengo en la coronilla, la estima. Mi espíritu quiere hasta salir
de mi cuerpo y ponerse a volar, estaba en una cárcel de oro, estaba dispuesta a
comprarme un andador para que ella se callara, para complacerla, para que ella
se sintiera bien, para que su manipuladora interior se alimentara de mi
autoestima y me la anulara, pero no, mihija, ya no, ¿un andadorrrrrr?, ¡anda,
niña, póntelo tú en el cerebro, por decirlo de una forma suave!. Si quieres
puedes elegir el lugar donde lo quieres poner, así te haces una maquetita de
andador y te la colocas a modo de prendedor o de sortija o de gomero para tu
pelo de potra salvaje.
¡Ni
a mi madre -cuando tenía 78 años- le recomendaban caminar con un andador!. Me
dijeron que creaba dependencia